Hay respuestas
que sirven para contestar todo. Son esas muletillas fáciles que salen de
manera natural y dejan al interlocutor casi sin argumentos por ser afirmaciones
rotundas.
En un
momento de crisis económica -que parece querer prolongarse hasta la
desesperación- la ciudadanía común busca estas respuestas simples y directas.
Frases ya hechas que no impliquen entender la complejidad de los flujos de
capitales, lo que es el índice de riesgo de la deuda país, o lo que significa
el Fondo Monetario Internacional y sus medidas de ajuste fiscal. Abrumado por
las dudas del día a día, el ciudadano necesita una respuesta fácil y cercana.
Ahí
está la potencia que tiene el discurso anti-inmigrante. Si la educación está mal, es porque los niños
inmigrantes retrasan a toda la clase; si hay más delincuencia, es por los
inmigrantes son los que más roban; si falta ayuda social, es porque los
inmigrantes se llevan todas las ayudas mintiendo; si la salud está en crisis,
es porque los inmigrantes copan todos los horarios. Y, obviamente si no hay
trabajo, es también por los inmigrantes. Incluso, si el metro está lleno, es
porque hay simplemente demasiados inmigrantes, en el metro, el bus, la playa,
la cola del cine o en los juegos para niños del parque. Podríamos seguir con
ejemplos cotidianos hasta el infinito.
Es
bastante simple y efectivo. La
inmigración es asumida como un virus, algo externo que se introdujo en nuestra
cotidianeidad y es culpable de nuestro malestar. De nuestra crisis. Así,
además, se nos muestra de manera
sistemática por los medios de comunicación.
Desde
esta perspectiva, hemos visto la utilización electoral que se ha hecho de la
inmigración, nos queda claro que algunos partidos se quieren mostrar como “el
antídoto” para el mal que nos aqueja. Los políticos se ponen bata blanca, diagnostican
y proponen medicamentos, vacunas y tratamientos.
En
plena resaca electoral, la inmigración es mostrada como un ejemplo de aquéllo
que se ha hecho mal. Y la propaganda se ocupa de cubrirlo todo. Los partidos
usan esta sensibilidad anti-extranjeros para ganar votos.
La
inmigración es utilizada como una cortina de humo para esconder los problemas
reales.
Ya lo hizo Sarkozy, el presidente francés, cuando a semanas del inicio
de las protestas por la ampliación de la edad de jubilación, expulsó a
ciudadanos rumanos. Y también lo hizo el presidente italiano Berlusconi, para
esconder los escándalos de su vida personal y su gestión económica culpando y
persiguiendo a los gitanos por generar inseguridad en las ciudades italianas.
Hablar
de inmigración resulta eficaz porque distrae la atención de la ciudadanía apelando
a un instinto básico de protección de lo que viene de afuera. Y, cuando en la
decisión de votar ya no pesan los argumentos, apelar al instinto suele resultar
un arma eficaz.
Es
simple, efectivo. Pero, lo que ni los políticos ávidos de votos, ni los medios
de comunicación asumen es que este discurso construye una conflictividad, una
enemistad y desconfianza entre vecinos y vecinas. Y ésto, es una gran irresponsabilidad, porque como dice el dicho: quien siembra vientos, recogerá tempestades.
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