divendres, 9 de setembre del 2011

Institucionalización del discurso anti-inmigrante: violencia en Estado Puro


Las últimas declaraciones de líderes políticos del PP y CIU, debidamente amplificadas por los medios de comunicación, son potentes llamados a la violencia anti inmigrante.  No se trata de llamamientos a apalear inmigrantes en las calles o a quemar sus “casas pateras” -o por lo menos no directamente-, sino dejar claro que desde el punto de vista institucional existe la voluntad explícita de construir una frontera que marque un “Nosotros” contra “Los Otros”.

La imagen de la llegada de los inmigrantes ya no es la medida del éxito económico de una sociedad que se creía rica y atraía como la miel a las moscas. Sino todo lo contrario. El discurso anti-inmigrante es la punta del iceberg de una política antipopular que tendrá como uno de sus referentes preferidos a esa franja de población que demuestra con su sola existencia el fracaso de un sistema económico y social; los pobres, en cualquiera de sus formas, limpiadores de vidrios en las calles, vendedores de latas, parados en la plazas, habitantes de casas sobrepobladas, beneficiarios del PIRMI, etc

La dictadura de un discurso anti-immigrante
En una sociedad occidental que se quiere verse a sí misma como justa y democrática, el discurso político - ya no sólo el electoral, es decir, el que usa lo que sea para atraer votos- ha encontrado en el inmigrante su nuevo buque insigne. El extranjero, el desconocido habitante de tierras más o menos lejanas, invade y trae consigo su dosis de barbarie, su moral desviada, su estética fea.  Ocupa las calles, las plazas, y los asientos del metro.  Es el inmigrante delincuente; el inmigrante aprovechado; inmigrante irrespetuoso; inmigrante rebelde toda una serie de imágenes que desdibujan que hablamos de personas con las que a diario se convive en todos los espacios.

 El efecto del discurso, apoyado en cifras y en el llamado “sentido común”, redunda en una deshumanización cuya escala es todavía desconocida.  En lo que transmiten las autoridades políticas en todo el Estado Español, pero principalmente en Catalunya , vemos como cada día se profundiza  un enfoque basado en la construcción de un “inmigrante” peligroso y de cuyo control y disciplinamiento depende hasta el futuro de la nación.

Este giro político deja atrás décadas de discursos que promovían sociedades abiertas respetuosas de los valores.  Y es tal el nivel de consenso existente que incluso se permite develar la hipocresía evidente que siempre existió departe de quienes promovían un modelo social multicultural. La cruda realidad le permite hoy decir sin arrugarse a un alcalde o a un miembro del gobierno, que si se tiene que elegir entre que coma en la escuela  un niño de “aquí” o un niño “inmigrante” pues que se priorice porque coma el niño “de aquí”. Violencia en estado puro. 

Una vez deshumanizado, el inmigrante pobre puede ser objeto de cualquier medida de excepción que se justifica ya no por causas determinadas, sino por el simple hecho de pertenencia al grupo señalado.  Se le puede encerrar en cárceles de dudosa legalidad como los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE), se le quitan beneficios sociales, se le discrimina en los espacios educativos, etc. El necesario disciplinamiento del inmigrante pobre, consensuado entre  las elites políticas y económicas fluye de forma natural entre los ciudadanos, legitimando que para este colectivo se construya una legalidad “especial”. 

Pero el objetivo de todo este giro en la político institucional no se acaba solo  en la construcción  de un  “enemigo” sobre el cual dejar caer la rabia y frustración que abunda por las calles.